Perfiles Urbanos
Un oído único

VIDEO | Damián Duflós, una vida dedicada a sembrar y divulgar blues en la Patagonia

Damián, también conocido como D.D. —castellanizado Didí—, nació en Esquel, Chubut, y vivió en Córdoba y, por largos años, en Neuquén.

El aire era sofocante en el sur de Estados Unidos, el sol implacable sobre los interminables campos de algodón del delta del Mississippi. Allí, a finales del siglo XIX, nacía una historia, una cultura y, sobre todo, una música que se convertiría en influencia.

Era el blues, un género que marcó profundamente a toda la música que vendría después y a sus generaciones posteriores, desde el jazz hasta el rock británico de los años 60, y que marcaría a tantos otros estilos que hoy forman parte de nuestra escucha cotidiana.

De lo trágico, de las injusticias que han marcado la historia de la humanidad, como dice el famoso tango, “Siglo XX, cambalache, problemático y febril”, el pasado siglo fue la locura entre guerras y la irracionalidad puesta al servicio de la crueldad del propio sistema, una tendencia que, tras el año 2000, tampoco parece haber cambiado demasiado. La esclavitud fue, sin dudas, una de sus manifestaciones más atroces.

Entre los siglos XVI y XIX, se calcula que unos 12 millones de africanos fueron arrancados de sus tierras, transportados a América y sometidos a la esclavitud, a castigos, torturas y vejaciones indescriptibles. De ese sufrimiento surgieron las ‘work songs’, cantos que marcaban el ritmo del trabajo con la cadencia de un tren a vapor, sostenían la esperanza y sirvieron como antesala del blues y el góspel, llevando consigo la memoria de la tierra natal mientras sus voces desafiaban un sistema brutal que intentaba borrar su identidad.

Con el paso de los años y a miles de kilómetros de ese calor asfixiante, ese mismo ritmo, cargado de historia y memoria, llegaba hasta el extremo sur de América, en la Patagonia argentina, donde el clima es mucho más frío. Un muy joven Damián Duflós, músico, armoniquista y principalmente divulgador del género, escuchó por primera vez el blues y quedó fascinado: un swing que parecía un tren en marcha, un latido que lo conectaba con historias de esclavitud, migraciones y ciudades lejanas, pero que también resonaba entre los vientos patagónicos.

Damián, también conocido como D.D. —castellanizado Didí—, nació en Esquel, Chubut, y vivió en Córdoba y, por largos años, en Neuquén. Con 50 años, ha dedicado toda su vida a la divulgación del blues a través de programas de radio, shows internacionales, bandas locales y discos grabados.

Su pasión lo llevó incluso a explorar subgéneros poco transitados en Argentina, como el West Coast Blues, convirtiéndose en pioneros en el país con la banda que lideró, The Jackpots.

Su acercamiento al blues comenzó en casa, escuchando la música que su padre ponía una y otra vez: country, rock de los 50 con Elvis Presley, Chuck Berry o Little Richard, y las primeras melodías de Creedence Clearwater Revival. “Siempre me llamó la atención el blues como banda de sonido de las películas”, recuerda Damián y agrega: “cada vez que aparecía un músico de color interpretando blues, algo me atrapaba profundamente”.

Su curiosidad lo llevó a investigar por sí mismo, convirtiéndose en un autodidacta de la armónica, instrumento que se volvería su sello personal. Un momento decisivo fue descubrir la obra de Little Walter, a quien Damián reconoce como “el Jimi Hendrix de la armónica”, aunque la analogía es injusta y odiosa porque, en realidad, Hendrix sería “el Little Walter de la guitarra” aclara, siendo precursor mucho antes de la década del 60.

Más allá de las comparaciones, Little Walter fue una verdadera bisagra: llevó la armónica, un instrumento acústico, a un nivel completamente nuevo, con un sonido amplificado y experimental, explorando cada matiz e incorporando técnicas que transformaron la manera de interpretarla. “Ese disco, Harp Attack, fue el que me marcó para querer aprender a tocar la armónica”, confiesa el entrevistado.

Ya en su adolescencia y juventud, Damián comenzó a formar bandas: primero en Córdoba con El Cartel y luego con La Vagabunda y sus Perros Sucios, explorando tanto composiciones propias como versiones standards del género.

Más tarde, al mudarse a Neuquén, consolidó su carrera con The Jackpots y otros proyectos, compartiendo escenario con músicos locales y, sobre todo, trayendo a la Patagonia a auténticos pioneros del blues: guitarristas como Eddie C. Campbell, John Primer, Lurrie Bell y Larry McCray; al armoniquista Billy Branch; al saxofonista Eddie Shaw; e incluso al hijo del mismísimo Muddy Waters, una de las máximas leyendas.

En este recorrido, Damián recoge y amplifica ese legado, haciendo de cada interpretación un puente que conecta generaciones y la historia viva del blues. Hoy continúa explorando y renovando el género a través de sus dos proyectos actuales.

Por un lado, Good Fellas, una banda que combina rock sureño con un marcado estilo rockabilly, incorporando sonidos variados como el banjo, las guitarras acústicas y hasta el dobro —una guitarra resonadora, normalmente de cuerpo metálico, muy utilizada con la técnica del slide—.

Por otro lado, Damián Duflós Blues Band es un proyecto dedicado exclusivamente al inicio del blues eléctrico, interpretando y rindiendo homenaje a la época en que los instrumentos comenzaron a amplificarse para imponerse en el bullicio de bares y teatros de Chicago, a finales de los años 40 y principios de los 50.

Fue el momento en que el blues abandonó el campo y se adentró en las grandes ciudades, transformándose en un sonido urbano, potente y electrificado. La banda rememora a figuras esenciales como Little Walter, Muddy Waters y Sonny Boy Williamson II.

Entre creencias y realidades: el blues como mito

Si hablamos de historias apasionantes que merecen ser contadas, el blues está lleno de ellas y que reflejan la cultura afroamericana y sus creencias hasta mitos incomprobables que se transmitieron de boca en boca. La mención a Sonny Boy Williamson funciona como un portal hacia ese mundo: uno de los episodios más curiosos y polémicos que involucra a dos extraordinarios armonicistas de la época y un robo de identidad.

Para los años 40, Sonny Boy Williamson ya era un armonicista reconocido en la escena del blues. Sin embargo, otro joven, recién iniciando su carrera, se habría apropiado de su identidad, presentándose en bares y escenarios como si fuera el Sonny Boy original.

La leyenda cuenta que el primero, de carácter feroz y temible, salió en busca de su impostor. Aunque la veracidad de estos relatos es incierta y algunos creen que pudo tratarse únicamente de un tributo, lo cierto es que existieron Sonny Boy Williamson I y Sonny Boy Williamson II, ambos armonicistas excepcionales y que, como cuando el alumno supera al maestro, el segundo se convirtió en un verdadero estandarte del género, sin que ello desmerezca la influencia del primero.

También del entramado de creencias de la cultura afroamericana surgen conceptos fascinantes como el Mojo Hand, los huesos de gato negro o “Johnny the Conqueror”, una raíz asociada con la buena fortuna. No son simples supersticiones, sino todos ellos son símbolos de protección, suerte y poder, incorporados en canciones y relatos que convierten esta música en un acto mágico, cargada de misterio.

“Todas esas cosas son increíbles porque le agregan una historia, una misticidad a muchísimas letras —dice Damián—. Para ellos era como el lunfardo en el tango, ¿no? Que por ahí para el tanguero es algo habitual y siempre tiene un doble sentido”. Palabras que, a simple vista, no dicen nada, pero que están cargadas de simbología: “Hay un montón de prácticas que estos pueblos trajeron desde África. El Mojo con las cenizas vudú, el hueso de gato negro… todos eran muletos para la suerte”, destaca el entrevistado.

De manera similar, en la Patagonia existen creencias populares sobre duendes y seres mágicos que, aunque diferentes en forma, cumplen un papel análogo: guardianes de bosques, ríos y montañas, representan lo inexplicable, lo sobrenatural y la fascinación por lo oculto. Estas figuras transmiten enseñanzas sobre el respeto a la naturaleza y la prudencia ante lo desconocido, actuando a veces como protectores y a veces como traviesos vigilantes del equilibrio natural.

Y quizás esta conexión con lo místico y esa rítmica especial del blues fue lo que lo hipnotizó al entrevistado: “Creo que hay una cuestión ahí que podría ser atómica, del cuerpo, si se quiere. Es como que uno resuena con ciertas cosas, no se puede describir”, dice. Es una vibración que lo moviliza, un ritmo que conecta cuerpo y espíritu, donde la cadencia y la simplicidad de esta música revelan una profundidad y una emoción única.

Esa fascinación es, en última instancia, lo que lo llevó a dedicar su vida al blues. Para Damián, transmitir este género con espíritu y compromiso real no solo preserva su historia, sino que despierta talentos ocultos y crea conexiones.

Así, su labor de intérprete, compositor y divulgador asegura que la energía, la mística y la esencia del blues sigan vivas, vibrando en cada nota, en cada relato y en cada generación que decide prestarle oreja a esos doce compases.

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