Un guardián del bombo legüero: Marcelo Fuentes y la marcha que hará historia en la provincia
Dicen los viejos folclores que el bombo legüero tiene vida propia, y las canciones lo confirman. El Chaqueño Palavecino lo define sin vueltas: "Bombo de los carnavales, qué lindo que sos; si te toco medio fuerte, no escucho mi voz".
Y rescata una historia que atraviesa generaciones: "Una leyenda muy vieja suelen mencionar, que los viejos te tocaban para enamorar". No es solo música: es memoria viva.
Los Chalchaleros también le ponen palabras a esa fuerza ancestral: "Al vibrar sus entrañas, mi canto quiere salir, repechando las zambas que llevo en el sentir, de este bombo legüero que canta junto a mí". No hay exageración: el bombo legüero es, desde hace décadas, parte esencial del folklore argentino.
La historia del bombo legüero marcó (y sigue marcando) la música del país. Nacido en Santiago del Estero, fruto del cruce entre tambores africanos, ceremonias indígenas y nuestra inventiva criolla, también se distingue por algo fundamental: su construcción.
A diferencia de los tambores europeos, el legüero surge de un tronco macizo ahuecado a mano, generalmente de algarrobo, ceibo o quebracho, con dos cueros curtidos y tientos de cuero crudo para tensarlo.
Ese origen rústico y territorial le da un sonido grave, ancho y expansivo, capaz de recorrer distancias: de ahí su nombre, legüero, porque podía escucharse a leguas. Aunque existan tambores grandes en Europa, África o Asia, ninguno combina tronco macizo, doble parche, tensores de tiento y función comunitaria como el legüero.
Y como dicen Los Chalchaleros, "las chacareras alegran su compás y encienden las espuelas del gaucho al zapatear; suele dejar sus penas saliendo a bagualear". Ahí está su verdadero rol: marcar el pulso emocional de un pueblo entero.
Y esa tradición sigue viva cada vez que un bombista lo levanta, ya sea en Santiago, en Cosquín o también… en Neuquén. Uno de esos guardianes en la Patagonia es Marcelo Fuentes, nacido en Neuquén, criado entre Centenario y el paraje rural La Buitrera, en el departamento Las Lajas.
Llegó tarde al folclore (recién hace cinco años lo abrazó con fervor, tras una vida atravesada por el rock, la música internacional, la "pachanga" y las cumbias), pero lo hizo para quedarse.
Primero fue una peña a la que lo invitaron sus hijas y en la que sintió, según cuenta, que quería "subirse arriba de la mesa para aplaudir" a bailarines y cantores.
Desde entonces se volvió percusionista y bombista legüero, difusor y gestor cultural: acompañó a músicos locales, se fogueó en espacios como el Cardo Azul, integró Luna Cautiva y La Musa. Hoy en día, en Amistad Limay, y forma parte de Tracus Vivo Folklore, con quienes llegó al escenario mayor del Festival de Cosquín y a la Fiesta Nacional de la Confluencia.
A la par, colabora en el Patio Cultural Bouquet Roldán, arma grillas, organiza peñas para adultos mayores y ahora impulsa, junto a Florencia Olate y otros referentes, la primera Marcha de los Bombos Neuquén–Río Negro, convencido de que el legüero no es solo un instrumento: es una forma de unión, contención y futuro para las nuevas generaciones y para la tercera edad.
"Marchelo", como lo conocen muchos, no nació dentro del folclore: llegó desde otros ritmos y otras búsquedas. Tal vez por eso lo vive con una intensidad especial. El cambio le llegó de grande, cuando descubrió que el folclore no le pedía técnica perfecta ni pergaminos: le pedía entrega.
"Me atrapó por completo", dice. "Me hizo sentir parte de algo". Esa sensación de abrazo colectivo es la que busca devolver en cada escenario.
En su recorrido hubo manos que lo levantaron. La primera fue en Cardo Azul; luego llegaron el Arco Romano y la invitación a Luna Cautiva, con Antonio y Luciana Pino.
Más tarde, las peñas más concurridas de la región, donde aprendió a tocar, animar, presentar y acompañar el crecimiento de quienes recién empiezan. Lo suyo nunca fue una carrera individual: siempre entendió el folclore como un oficio colectivo.
Ese camino lo llevó al sueño grande: llegar a Cosquín. La noche en que subió al escenario mayor sintió, dice, que una vida entera se comprimía en un golpe de bombo. "Se me cayeron las lágrimas", recuerda. Algo similar le ocurrió cuando tocó en el aniversario de Centenario, la ciudad donde creció: "Nunca había tocado en mi ciudad. Recorrí todo Centenario con el bombo al hombro. Fue muy fuerte".
Pero quizá lo que más lo conmueve no ocurre arriba, sino abajo del escenario. Cuando una niña o un niño se acerca para pedirle una foto con el bombo y él les pasa el instrumento para que lo toquen, entiende que ahí empieza algo: una chispa, una posible vocación. Guarda una carta escrita por un nene de segundo grado ("que te vaya bien, que suene lindo ese bombo") que todavía hoy lo emociona. "Si ellos confían en nosotros, imaginate lo que tenemos que hacer nosotros por ellos", dice.
Como gestor cultural, Marcelo también empuja proyectos que buscan cuidar, sostener y transmitir las raíces neuquinas. El Patio Cultural Bouquet Roldán es uno de esos espacios donde todo convive: tortas fritas hechas por abuelos, juegos tradicionales como el sapo, la rayuela, la taba y el tejo, peñas de domingo, grupos de adultos mayores que aprenden a bailar desde cero y músicos que llegan desde distintos puntos del país para sumarse al fogón.
Allí Marcelo arma la grilla, organiza, acompaña y recibe a cada persona como si fuera la primera vez.
En ese mapa aparece la Marcha de los Bombos Neuquén–Río Negro como un gesto de unión cultural. La idea nació después de viajar a Santiago del Estero y participar de la histórica marcha creada por el Indio Froilán González y Teresa Castro Novo. "Sentí que acá también podíamos hacerlo", recuerda Marcelo.
Florencia Olate ya tenía el proyecto; él tenía el impulso. Se sumaron referentes de ambos lados del puente (Sergio Vega, Miguel Núñez, Ricardo “Cardo” Azul, Osvaldo Hidalgo) y comenzaron a gestionar, insistir y abrir caminos. La primera edición será realidad los próximos 6 y 7 de diciembre.
No es un camino sencillo, pero la marcha tendrá su comienzo: con la explanada de Casa de las Leyes como escenario, el Paseo de la Costa como punto de partida y una columna de bombos, bailarines, músicos y familias uniendo simbólicamente a Neuquén y Río Negro. Para Marcelo, es más que un evento: es la oportunidad de que el folclore neuquino se vea, se escuche y crezca; que llegue a las escuelas, a los barrios, a las plazas; y que los niños y niñas de hoy encuentren en el bombo aquello que él encontró de grande: un lugar en el mundo, un latido que Neuquén seguirá heredando.
Por último, Marcelo no deja pasar la oportunidad de mencionar algo que, para él, podría transformar el futuro del folclore en la provincia: la adhesión de Neuquén a la Ley Nacional del Folclore.
No como una formalidad ni como un trámite perdido en un expediente, sino como una oportunidad histórica: un ancla capaz de devolver el folclore a las aulas, multiplicar maestros especializados, reivindicar a las cantoras del Alto Neuquén, visibilizar el trabajo de los campesinos y ubicar la identidad cultural en el corazón mismo del sistema educativo.
En su reflexión final, Marcelo deja una imagen que lo define: "Si no fortalecemos las raíces, no se crece para ningún lado". Para él, cada músico, cada profesor y cada niño que se anima a golpear un parche es una semilla, y la tarea colectiva es regar para que el fruto aparezca, para que la planta avance y para que la cultura no se seque.
"Se viene haciendo un buen trabajo (asegura), se viene regando para que las raíces no mueran y para que sigan habiendo muchas semillas más en nuestro lugar". Y en esa convicción sencilla y luminosa queda claro que el folclore, como el bombo legüero, late más fuerte cuando se comparte.








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