Corte a corte, un sueño que crece: una peluquería familiar que late en el Oeste neuquino



En pleno oeste de Neuquén, a metros del Ruca Ché y lejos del ruido del centro hay un espacio que respira esfuerzo, dedicación y amor de familia construido con mucha paciencia.
Se llama Virtuosas, y más que una peluquería, es un lugar de encuentro y de conversación sincera. Lo construyeron a pulmón Betty y Katy, madre e hija, unidas por el cariño y por una vocación compartida que arrancó como un impulso tímido y hoy ya lleva ocho años de vida.
La historia comenzó en 2019, cuando ambas decidieron anotarse juntas en un curso de peluquería: "A Katy siempre le fascinó todo lo que tiene que ver con la belleza", cuenta Betty con una mezcla de ternura y orgullo por su hija. "Entonces le propuse que lo hiciéramos juntas, para acompañarla, y así fue que nos recibimos de peluqueras las dos.
"Mientras Katy se enfocaba en cortes, tratamientos y maquillaje, Betty se especializó en colorimetría. Pero siempre estuvo claro que este era, por sobre todo, el proyecto de Katy”, explicó la madre.
La peluquería, en rigor, vino después. Primero hubo una venta de bijouterie, un tanteo con otros emprendimientos, y muchas charlas sobre cómo querían que se llamara ese futuro espacio.
Finalmente eligieron el nombre “Virtuosas”, inspirado en un pasaje bíblico del libro de Proverbios. "En ese momento nos sonaba raro, como muy formal o sin conexión con la realidad, pero ahora decís 'Virtuosas' y sabés que es este lugar, con nuestra historia, con lo que somos", explica Betty.
El comienzo fue tan modesto como sincero: un solo sillón, un par de tijeras, y la esperanza de que alguien cruzara la puerta. "Costó mucho al principio. No entraba nadie", recuerda Katy, quien lleva el timón de un local que hoy tiene clientas fieles, varias generaciones de mujeres y vecinos que recomiendan el lugar de boca en boca.
Sin publicidad paga, sin redes sociales que marquen tendencia. Solo confianza y constancia, como buena peluquería de barrio, al viejo estilo.
Mientras estudiaban, iban comprando herramientas de a poco. No sabían demasiado sobre máquinas o productos profesionales, pero sí tenían algo más valioso: las ganas.
Un tiempo después, trabajaron junto a los cuñados de Betty, en una peluquería del centro de Neuquén, donde ganaron experiencia práctica y vieron de cerca la dinámica del oficio. Todo lo aprendido en esa etapa se volcó en Virtuosas, que con los años fue creciendo en espacio, en servicios y en carácter.
A pesar de ese crecimiento, el espíritu del lugar sigue siendo íntimo y personalizado: "Queríamos que el comercio no fuera una carga. Si un día tenés una fiesta, un evento, o simplemente querés cerrar porque sí, lo hacés. Y los clientes ya lo saben, nos escriben, reservan, entienden. Acá hay libertad y eso es parte de la identidad del lugar”, explicó Betty.
La peluquería también tiene algo de legado familiar. Betty cuenta que su mamá fue peluquera y que una de las tijeras que usa actualmente le pertenecía a ella. "Es como cerrar un círculo. Hay algo que se hereda, que se transmite sin decir mucho”, destacó.
Katy, por su parte, encontró su lugar en este espacio, que considera propio y que imagina aún más grande en el futuro: con más sillones, más profesionales y con otros servicios de belleza como boxes de uñas o estética facial: "Me lo imagino con más gente, más movido, más completo", dice sin dudar.
Pero lo que distingue a Virtuosas no está en el número de sillones ni en la cantidad de tinturas, está en el vínculo: "La peluquería tiene algo muy terapéutico", explica Betty.
"La gente viene, se sienta, y no solo se va con un look nuevo: también descarga, habla, se desahoga. Hay clientas que están cuatro horas haciéndose un color y en ese tiempo pasa la vida: la de ellas, la nuestra, todo se mezcla”, agrega.
Mientras tanto, Betty reparte sus días entre la docencia y la peluquería. Es profesora de educación especial y encuentra en el salón una pausa, un recreo, un lugar donde puede trabajar sin tanta estructura. "Para mí esto es un hobby con alma", afirmó.
"Ya estoy pensando en el momento en que me jubile de la escuela, y mis clientas me cargan: ‘¡Ya vas a estar todos los días acá!’. Pero yo quiero viajar, acompañar a mi marido, hacer otras cosas. Este lugar va a seguir, y yo voy a estar cuando pueda. Pero lo importante es que esto es de Katy, ella lo lleva adelante, y yo acompaño”, añadió la madre.
Así, entre cortes, colores, risas, mates y confesiones, Virtuosas sigue creciendo, como crecen las cosas que se hacen con amor, paciencia y fe. En ese rincón del barrio, el tiempo pasa más lento, el cabello vuela al ritmo de la tijera, y la belleza se renueva cada día.