Perfiles Urbanos
Perseverancia y coraje

Animarse a jugar y superar barreras: la historia de una joven neuquina

El deporte, para Constanza, va más allá de la actividad física: es un espacio de inclusión, de aprendizaje y de desarrollo personal.
El camino de Constanza no se mide en títulos ni medallas, sino en la capacidad de transformar obstáculos en oportunidades y de inspirar a otros con su ejemplo.
“Nunca me lesioné, pero sí me caí varias veces. Es parte del deporte, es un juego de contacto y no hay que tener miedo a eso porque tarde o temprano pasa”, cuenta.

A veces la vida impone desafíos desde el primer instante, y otras veces somos nosotros quienes decidimos y debemos enfrentarlos.

Hay historias que enseñan que los límites son relativos y que la fuerza para superarlos puede encontrarse en los lugares más inesperados: en la perseverancia, en la curiosidad, en el coraje de animarse a probar.

Historias que hablan de caídas inevitables, de pequeños triunfos diarios, de la sensación de quedar fuera y, al mismo tiempo, de la alegría de ser incluido.

Esta es una de esas historias, y a medida que se despliega, revela a una protagonista que supo transformar cada obstáculo en impulso y cada oportunidad en aprendizaje.

Se trata de Constanza Otazúa, una joven neuquina de 27 años que nació con espina bífida, una discapacidad motriz que la acompañó desde el primer día.

Creció en la ciudad capital y estudió en el colegio Don Bosco, donde finalizó su secundario en 2015.

Nos cuenta que nunca asistió a una escuela especial, solo se adaptó el establecimiento con la accesibilidad necesaria, rampas, ascensor y espacios adaptados.

Su infancia y adolescencia estuvieron llenas de matices: recuerdos de amistades que mantiene hasta hoy, recreos compartidos, pero también desafíos concretos.

“En educación física siempre me buscaban la vuelta para que pudiera participar. Nunca me dejaron de lado”, recuerda con una sonrisa. Esa sensación de inclusión marcó su manera de enfrentar la vida: aprendió temprano que los límites son relativos y que muchas veces se pueden sortear con insistencia y perseverancia.

Hoy, Constanza combina sus estudios en la Universidad Nacional del Comahue, donde se forma como guía de turismo, con su trabajo administrativo en un instituto de idiomas familiar.

Desde noviembre del año pasado, tras la dolorosa pérdida de su madre, asumió un rol más activo en la empresa familiar.

La vida le impuso obstáculos, pero ella aprendió a enfrentarlos con entereza y a encontrar espacios de realización personal más allá de las dificultades.

En esta línea, su vínculo con el deporte comenzó desde muy pequeña. En cuarto o quinto grado de primaria, relata, cuando participaba en las escuelitas de básquet después del colegio.

Allí era la única alumna en silla de ruedas, pero eso nunca fue un impedimento. “El profesor tenía toda la predisposición: adaptaba los ejercicios para que yo pudiera participar. Eso me incentivó a querer aprender el deporte”, recuerda.

Ese primer contacto con la inclusión y la adaptación no solo le permitió disfrutar de la actividad física, sino también entender que podía formar parte de algo más grande, un espacio donde las diferencias se transformaban en oportunidades de aprendizaje y crecimiento personal.

En 2017, su vínculo con el deporte adaptado se consolidó de manera más formal gracias a la invitación de su amiga Ruth Vicente, también en silla de ruedas, a entrenar básquet en la Ciudad Deportiva de Neuquén.

Por entonces había una convocatoria abierta de la Selección Argentina Juvenil de Básquet Adaptado, y Constanza no dudó: viajó a Buenos Aires para probarse y quedó preseleccionada para participar de concentraciones.

Durante dos años entrenó en distintos puntos del país, como Mendoza y La Pampa, y aunque nunca disputó un torneo oficial, las experiencias vividas fueron inolvidables.

“Fue un desafío viajar a otra provincia, conocer chicas que estaban en la misma situación que yo, compartir entrenamientos y ver cómo se movían en la cancha. Ver en vivo a la Selección Mayor fue admirable, la energía de esas mujeres es algo que me quedó grabado”, recuerda con una sensación de emoción y orgullo.

La práctica del básquet le enseñó más que técnica deportiva: le mostró el valor de la disciplina, la cooperación y la resiliencia. Aprendió a aceptar que las caídas son parte del juego y que el miedo no puede ser un obstáculo.

“Nunca me lesioné, pero sí me caí varias veces. Es parte del deporte, es un juego de contacto y no hay que tener miedo a eso porque tarde o temprano pasa”, cuenta entre risas. Esas caídas, lejos de ser frustraciones, se convirtieron en recordatorios de que el deporte implica riesgo y esfuerzo, pero también aprendizaje y satisfacción.

Después del básquet, la curiosidad y el deseo de mantenerse activa llevaron a Constanza al tenis adaptado, algo que practica de manera amateur hasta la actualidad.

Se acercó casi sin expectativas, con la idea de probar. “Pensé: capaz que soy un desastre, pero por lo menos intento”, nos relata.

Sin embargo, descubrió que el tenis le gustaba y le ofrecía nuevos desafíos, diferentes a los del básquet, pero igual de estimulantes.

Durante un tiempo alternó entre ambos deportes, pero hoy se dedica solo al tenis adaptado de manera recreativa, sin aspiraciones competitivas. “Ahora es más un hobby que otra cosa, pero sigue siendo importante en mi vida”, afirma.

El deporte, para Constanza, va más allá de la actividad física: es un espacio de inclusión, de aprendizaje y de desarrollo personal.

Cada partido, cada entrenamiento, cada concentración le enseñó algo nuevo sobre sí misma y sobre los demás.

“Hay que salir de la idea de ‘voy a ser malo’. Si no te animás, capaz que te quedás con el miedo o la duda. Vale la pena probar, y después ver si querés continuar o no. Pero siempre hay que intentar”, reflexiona.

Esa filosofía la guía también fuera de la cancha, en la universidad y en el trabajo, y es el mensaje que desea transmitir a quienes atraviesan situaciones similares.

Constanza Otazúa demuestra que la vida se construye a partir de decisiones cotidianas, pequeñas acciones y la valentía de enfrentar lo desconocido.

Su camino no se mide en títulos ni medallas, sino en la capacidad de transformar obstáculos en oportunidades y de inspirar a otros con su ejemplo.

Cada entrenamiento, cada caída y cada intento son parte de una historia de aprendizaje constante, donde el esfuerzo se combina con la pasión y la curiosidad por seguir descubriendo.

Al final, su relato no habla solo de deporte, sino de cómo una persona puede redefinir sus límites, encontrar alegría en los desafíos y abrir caminos para quienes vienen detrás, dejando una huella de perseverancia y coraje.

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