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VIDEO | Entre montañas y ríos, Dani Saez volvió a ver el horizonte

A los 22 años, Daniel sufrió un accidente automovilístico que lo sumergió en la ceguera y lo obligó a replantear su vida de manera radical.
Al principio, volver al río y a esos paisajes le resultaba difícil. Sin embargo, con el tiempo —y en parte gracias al deporte— logró reencontrarse con esos espacios verdes y rehacer su vínculo con la naturaleza.
“Encontré en el deporte una forma de vida que, además de ser algo saludable, me da satisfacción, me da alegría, me da ganas de vivir nuevamente”, afirma.

El río Neuquén corre tranquilo, pero firme. A su orilla, un hombre avanza con paso seguro, guiado por el sonido del agua, el crujir de las piedras y la voz de quienes lo acompañan. Ese hombre es Daniel Saez.

Durante años, esos espacios fueron parte de su vida cotidiana: caminar, andar en bicicleta, disfrutar del aire libre, hasta que un giro del destino cambió todo y lo obligó a empezar de nuevo. Un accidente automovilístico, en 1999, transformó su vida para siempre, quitándole la visión.

Al principio, volver al río y a esos paisajes le resultaba difícil. Sin embargo, con el tiempo —y en parte gracias al deporte— logró reencontrarse con esos espacios verdes y rehacer su vínculo con la naturaleza, que hoy siente como una aliada en su camino.

Al verlo avanzar, uno no percibe límites, sino confianza y determinación. No se trata solo de un hombre que recorre senderos, montañas y ríos: es la historia de una superación constante, de pasión y de voluntad que se fue construyendo paso a paso. Daniel no nació solo con la fuerza de sus piernas, sino con la capacidad de transformar cada desafío en un nuevo impulso para continuar.

Como él mismo dice: “Encontré en el deporte una forma de vida que, además de ser algo saludable, me da satisfacción, me da alegría, me da ganas de vivir nuevamente”.

Daniel nació en Neuquén hace 49 años, y desde joven la tecnología y la electrónica lo fascinaban. Entre estudios de ingeniería y trabajo en el área técnica, soñaba con un futuro lleno de proyectos y posibilidades. A los 22 años, un accidente automovilístico lo sumergió en la ceguera y lo obligó a replantear su vida de manera radical.

Fue en medio de esa nueva realidad cuando, además, nació su primer hijo, un faro de esperanza que lo impulsó a no rendirse. La familia y los amigos se convirtieron en su sostén, acompañándolo con paciencia y cariño en un proceso de adaptación que, aunque desafiante, estaba lleno de descubrimientos y aprendizajes.

Tras el accidente, la Escuela Especial 7 de Neuquén se transformó en un nuevo escenario de descubrimiento y esfuerzo. Allí Daniel aprendió a moverse con bastón, a leer braille y a reconstruir las rutinas más básicas desde cero. “Una de las primeras cosas que tuve que empezar a hacer fue la rehabilitación, aprender a usar el bastón para poder manejarme como una persona independiente y también aprender braille, que es fundamental para las personas ciegas, y actividades de la vida diaria, aprender de todo de nuevo”, comenta.

Con disciplina y determinación, fue retomando independencia y explorando caminos académicos diversos: primero abogacía, luego música, y finalmente Administración de Empresas y Recursos Humanos, donde pudo combinar su espíritu analítico con su capacidad de organización.

El mundo laboral tampoco se abrió de manera inmediata, pero Daniel encontró oportunidades gracias a un proyecto del Sindicato de Petroleros, pionero en inclusión de personas con discapacidad visual. “Nos distribuyeron en distintos lugares, en distintas tareas y bueno, la verdad que en ese momento se asumió un compromiso de que íbamos a poder trabajar hasta que si nosotros respondíamos y respetábamos las normas de la organización y nos comportábamos como cualquier otro trabajador, nos iban a tratar de igual a igual e íbamos a poder tener trabajo el tiempo que nosotros quisiéramos”, explica.

La experiencia no solo le dio estabilidad, sino que también le permitió acompañar el crecimiento de su hijo, consolidando un vínculo profundo y lleno de orgullo.

Pero si algo transformó la vida de Daniel fue el deporte. Primero con caminatas y trotes, luego con pruebas más desafiantes, fue descubriendo la forma de moverse por el mundo sin depender de la vista. “Lo que fuimos descubriendo con el tiempo es que, por ejemplo, con una soguita uno puede ir corriendo con otra persona… y con esas simples cosas ya encontramos la solución para poder salir de una manera más segura”, dice.

Esa creatividad y perseverancia lo llevaron a explorar trail running, trekking, esquí, mountain bike, canotaje y montañismo, demostrando que la discapacidad no define los límites.

En su recorrido deportivo hubo momentos inolvidables. Participó en seis regatas internacionales del río Negro, desafiando las aguas y superando expectativas. “Probando, probando, terminamos haciendo 6 regatas internacionales del río Negro… Probablemente nos fuimos descubriendo, buscándole la vuelta. Y uno se da cuenta que a pesar de las dificultades se puede”, relata con orgullo.

También recuerda cómo el grupo Rumbo Alternativo lo incorporó al montañismo: “Yo llego con miedo porque siempre me dicen que no, que es difícil. Cuando probaba algo por ahí con grupos y demás siempre me decían que era más difícil. Así que eso fue una linda anécdota porque hay personas que también como uno están haciendo cosas. Ellos ya tenían incluido a una persona ciega en el grupo del montañismo”, comenta.

Para Daniel, el deporte es mucho más que actividad física; es un vehículo de inclusión y visibilidad. “Lo que hago no lo hago tanto por mí… Trato de llevar la bandera y el mensaje de inclusión social de las personas con discapacidad. Visibilizar un poco a la persona con discapacidad… Que ya tenga un antecedente”, afirma. Su historia demuestra que la actitud positiva y la perseverancia pueden abrir puertas y cambiar percepciones sociales.

Paralelamente, Daniel trabajó activamente en la defensa de derechos de las personas con discapacidad. Fue fundador y primer presidente de Awkinko, la Asociación Neuquina de Personas con Discapacidad Visual, liderando durante siete años iniciativas de concientización, educación e inclusión social.

“Uno de los pilares siempre fue la difusión, informar todo lo que tiene que ver con la discapacidad visual. Hay mucha desinformación y mucho de lo que sucede es porque la gente no sabe”, comenta. Gracias a su labor, se consolidaron redes de apoyo y se visibilizaron tanto los desafíos como las soluciones posibles.

Hoy, Daniel combina vida familiar, trabajo y deporte con una misión clara: mostrar que los límites muchas veces son construcciones mentales. Su mensaje es directo y esperanzador: “Si hay personas que ven esto… que se animen, que no tengan miedo. Si tienen ganas, empiecen a investigar, empiecen a averiguar. Seguramente en algún momento van a encontrar a alguien que se anime a acompañarlos y se van a dar cuenta que por ahí las cosas son más fáciles de lo que aparentan ser”. Cada trote, cada remada, cada montaña conquistada es testimonio de que, con voluntad, apoyo y actitud, los obstáculos se transforman en oportunidades.

La historia de Daniel Sáenz es un llamado a mirar la vida desde otro ángulo, a valorar la resiliencia y a reconocer que la superación no siempre se mide en logros visibles, sino en la capacidad de convertir desafíos en motivación. Desde un accidente hasta la reinvención total de su vida, su recorrido demuestra que la pasión, la disciplina y la solidaridad abren caminos insospechados, tanto para él como para quienes se animan a seguir sus pasos.

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