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VIDEO | De un regalo inesperado a multiplicar sueños: la vida de Pepe y los Botines Mágicos

Nacido en San Lorenzo Norte y hoy vecino del Gran Neuquén Sur, recuerda cada rincón de su infancia, las calles donde corrió tras una pelota y las canchitas donde aprendió que el fútbol podía ser mucho más que un juego.
Pepe Calfanca tiene 39 años y toda la vida la llevó en el Oeste.
Para él, el fútbol siempre fue un motor de vida.

Varios años atrás, promediaban los años 90’, cuando un gomero cualquiera del oeste neuquino pasaba sus días entre cauchos rajados y neumáticos gastados de tanto rodar por las rutas.

Sus manos ya curtidas conocían de memoria el oficio: reparar, inflar, devolverle movimiento a lo que parecía detenido. Pero aquella tarde, casi sin proponérselo, reparó otra cosa: los sueños de un pibe e indirectamente, la de tantos otros.

Con un gesto sencillo, reparó un par de botines a un joven tocayo —José de nombre, aunque en el barrio todos lo llamaban Pepe—. Ese obsequio, que parecía apenas un detalle, despertó en el chico algo más profundo, casi inconsciente: una chispa que quedó guardada, silenciosa, esperando su momento.

Años más tarde, esto sería la llama que dio luz a “Botines Mágicos”, un proyecto donde el fútbol y la solidaridad corren siempre en la misma dirección.

Pepe Calfanca tiene 39 años y toda la vida la llevó en el Oeste. Nacido en San Lorenzo Norte y hoy vecino del Gran Neuquén Sur, recuerda cada rincón de su infancia, las calles donde corrió tras una pelota y las canchitas donde aprendió que el fútbol podía ser mucho más que un juego.

“Arranqué a jugar desde muy chiquito, a los cinco o seis años ya estaba en la cancha del barrio”, dice con una sonrisa que parece recorrer décadas. “Después me llevaron a clubes, y así fui creciendo, aprendiendo y ganándome un lugar en el fútbol”.

“Cuando uno es chico no siempre se da cuenta de las necesidades y vive el día a día, pero recuerdo claramente aquel momento: no tenía un par de botines para jugar, y un vecino, un gomero del barrio, me regaló los suyos. Ese gesto me permitió seguir creciendo en la cancha y despertó algo en mí que no sabía cómo nombrar en ese momento. Fue un momento que me marcó, una historia que quise contar, y con el tiempo se fue transformando en lo que hoy es Botines Mágicos”, rememora Pepe, como si sus ojos viajaran de nuevo a aquel instante.

Al ser adulto y profesor en una escuelita de fútbol del barrio, Pepe volvió a enfrentarse frente a la misma necesidad en otros jóvenes: “Ahí fue cuando empecé a juntar botines, restaurarlos con mi señora y entregárselos a los chicos que más lo necesitaban”, explica.

Con paciencia y dedicación, cada par de botines pasaba por sus manos: cordones nuevos, plantillas, un poco de pegamento donde hacía falta y siempre, mucho cuidado para que parecieran nuevos. La colaboración de vecinos y ex compañeros del fútbol hizo que Botines Mágicos empezara a crecer.

Ver la sonrisa de los chicos es lo que da sentido al proyecto, cuenta el entrevistado: “La satisfacción es enorme. Al principio eran apenas 10 o 15 botines, pero después, con la ayuda de la gente, pudimos llegar a muchos más. Ver la cara de los chicos cuando reciben un par de botines es algo que queda en el corazón”.

Para él, el fútbol siempre fue un motor de vida. “En el barrio, donde había tantas distracciones peligrosas, el fútbol me dio todo: amistad, disciplina, motivación. Y hoy quiero que sea lo mismo para estos chicos”.

El proyecto creció hasta convertirse en la escuelita Botines Mágicos y luego en un club social y deportivo con personería jurídica, ubicado en el Barrio Ferroviario del Oeste neuquino.

“Pudimos ordenar todo, expandirnos y hoy no solo damos fútbol, sino que también abrimos la puerta a otras disciplinas”, explica Pepe. Entre sus planes está fortalecer el club, contener a más chicos y formar futuras promesas del fútbol local y profesional.

Actualmente, el club también cuenta con alrededor de 25 jugadoras de fútbol femenino activas y, según Pepe, la idea es seguir creciendo. “Queremos abrir el juego al vóley o handball, para que más chicos y chicas del oeste de Neuquén puedan acceder a actividades deportivas y de contención. La idea es que Botines Mágicos sea un espacio integral, donde el deporte impulse sueños y enseñe valores”, explica.

Al evocar los momentos que lo marcaron, Pepe comparte una historia que condensa la esencia del proyecto: “Recuerdo a un chico cuya madre estaba desesperada, al borde de vender su teléfono solo para comprarle unos botines. Cuando nos encontró por las redes, pudimos ayudarlos. Hoy ese mismo chico juega en un club local. Historias así te llegan al corazón y te recuerdan por qué vale la pena seguir adelante”, sostiene.

Tres décadas atrás, un gomero del Oeste neuquino, casi sin proponérselo, había despertado algo en un chico entre el polvo de las calles y la pelota que rodaba sin parar.

Ese gesto simple, en medio de un barrio que vivía sus días con rutina y esfuerzo, se convirtió en la chispa que con los años encendería un proyecto solidario.

De aquel regalo inesperado a un club que transforma vidas, Botines Mágicos es hoy un espacio donde el fútbol y la solidaridad corren en la misma dirección, como una asistencia perfecta a punto de convertirse en gol.

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