Perfiles Urbanos
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"Negro" Sosa: 34 años de jazz con un sello radial único en la Patagonia

Jorge "Negro" Sosa, reconocido periodista que desde hace 34 años mantiene vivo el jazz en el aire radial de Neuquén.
Su historia comienza en Villa Dolores, en el valle de Traslasierra, Córdoba, donde nació y pasó su infancia.
Con Roy Hargrove.

Se dice que Louis Armstrong, quien a la postre se convertiría en una leyenda imprescindible del jazz, de niño tocaba un cornetín prestado en las calles de Nueva Orleans con el afán de ganarse unas monedas, sin imaginar que llegaría a ser el primer gran solista de la historia del género. La improvisación fue su escuela: aprendía escuchando a los músicos de la época y respondiendo sobre la marcha. Sin la necesidad de partituras, podía transformar cualquier melodía en una historia completamente suya.

En la década de 1920, Armstrong registró lo que muchos consideran el primer gran solo de jazz marcando un punto de inflexión en la historia del género; mostrando que un músico podía ser protagonista absoluto, inventando en tiempo real y haciendo de cada momento, único e irrepetible. Esa libertad de crear al instante, de jugar con el ritmo y el fraseo, quizás, distingue al jazz de la música clásica europea: mientras esta última exige fidelidad a la partitura y precisión en cada nota, el jazz habla un idioma libre de interpretación y su música vibra al ritmo del swing, con flexibilidad y una emoción auténtica.

Esa esencia de libertad y creatividad obnubiló a cientos de miles de personas a lo largo del siglo XX, desde sus inicios en Nueva Orleans hasta expandirse por todo el mundo. Algo de esa misma magia late en la historia de Jorge "Negro" Sosa, reconocido periodista que desde hace 34 años mantiene vivo el jazz en el aire radial de Neuquén, compartiendo con su audiencia no solo la música, sino también las historias que la acompañan, aunque él se define como “un escuchador y pasador de discos”.

Sosa suele presentarse con una mezcla de humor e ironía: “Fui un meritorio de todo y CEO de nada, hice de todo”, dice, dejando entrever que su trayectoria no se define por títulos ni jerarquías, sino por la experiencia acumulada y la pasión por lo que hace. Como él mismo aclara, esa frase resume su filosofía de vida: aprender, compartir y disfrutar del camino más que del reconocimiento formal.

Su historia comienza en Villa Dolores, en el valle de Traslasierra, Córdoba, donde nació y pasó su infancia. “Yo llego al jazz a los 14 años, cuando en Villa Dolores entré a trabajar en un canal… El gerente era fanático del jazz… y me dijo: ‘escuchá a Charlie Parker, escuchá a Duke Ellington’. Y me quemó la cabeza”. Ese primer encuentro encendió su interés, aunque fue un proceso gradual: “Al cabo de dos años empecé a incorporar el jazz como una cosa interesante. Primero con las grandes bandas, después con otros intérpretes…”, dice.

Su adolescencia transcurrió entre el rock y el jazz, y su pasión por la música lo llevó a Neuquén en 1978, donde encontró un terreno fértil para desarrollar sus proyectos radiales. Allí trabajó junto a Marcelo Pérez Lizaso en el programa Evolución, que se transmitió durante once años en Radio Neuquén.

“A los tipos que tienen más de 50 años les hablás de Evolución y se les cae una lágrima, porque además de pasar una música que no pasaba nadie, estábamos en una radio del Estado y éramos como una contracultura en tiempos complicados… Hablar de otra forma. No te voy a decir un metamensaje, sino una cosa velada o de doble intención. Pero bueno, a través de la música, ¿me entendés? Todas y muchas cosas a través de la música”, rememora el entrevistado sobre los años de dictadura.

Con la llegada de la democracia y la evolución del rock, su interés comenzó a virar hacia el jazz, su verdadera pasión, cuando un buen día se dijo a sí mismo: “Hasta acá llegó mi amor por el rock”. Paralelamente a que compraba discos de rock, también adquiría algunos de jazz y un amigo lo invitó a hacer un programa en una radio, siendo el puntapié inicial de todo: ahora su programa La Nueva Caravana está cerca de cumplir 35 años.

“Mi programa de jazz es arbitrario. Ustedes van a escuchar lo que yo hoy quiero que escuchen, porque hay cosas que yo quiero mostrar… Se editan más de 800 discos de jazz en todo el mundo, por año. Entonces, está bien, yo no voy a pasar 800, pasaré 250, 300”. Sosa combina historia y novedades: “Mi programa tiene una parte que es casi como una efeméride… Después hay dos partes dedicadas al nuevo jazz, a todo lo nuevo que sale en todo el mundo, y una parte dedicada al jazz argentino, que incluye también el jazz local y regional”, cuenta. Con esa mirada, el “Negro” no solo presenta música, sino que también relatos que conectan con momentos que marcaron épocas.

La guerra, el racismo y una anécdota para el recuerdo

Es justamente esa pasión por la historia del jazz la que une a Sosa con relatos que trascienden la música, reflejando contextos sociales y épocas complejas. Uno de los que más lo fascina es la relación entre el jazz y la Segunda Guerra Mundial.

Como él mismo explica: “El jazz fue la música que utilizaron tanto los Aliados como los alemanes para intentar de alguna manera levantar el ánimo de sus respectivas tropas, pero a su vez bajar el ánimo de las tropas enemigas. Estados Unidos sacó una serie de discos que enviaba al frente de batalla, vinilos con tocadiscos, con púas y todo, miles de discos”.

Los alemanes, por su parte, transitaron un camino dual: mientras prohibían el jazz por órdenes de Joseph Goebbels, ministro de Propaganda de Hitler, al mismo tiempo crearon la Charlie and His Orchestra, una orquesta que adaptaba canciones populares para desmoralizar a los soldados estadounidenses: “Le cambiaban las letras a todos los temas que estaban de moda, diciéndoles: ‘Tienen que rendirse, sus esposas los están esperando, sus hijos los esperan’. Una cosa desmoralizante al ritmo del jazz, y los yanquis escuchaban eso en los campamentos mientras esperaban entrar en batalla y sintonizaban las señales enemigas”, relata Sosa. Son historias que revelan un lado poco conocido de la música en tiempos bélicos.

En esa misma sintonía, el entrevistado también trae a la mesa otro interesante tópico: la discriminación racial en el jazz, que persiste hoy de forma “menos violenta”. Sin embargo, la historia recuerda que “los músicos blancos viajaban y no podían llevar músicos negros, entonces en los conciertos en muchos lugares tenían que ser orquestas blancas, en otros conciertos tenían que ser orquestas negras”, enfatiza. A pesar de estas tensiones e injusticias históricas, el jazz se consolidó como un espacio de resistencia cultural.

Y es precisamente esa pasión por la música y su historia la que ha llevado a Sosa a dedicar gran parte de su vida al género, convirtiéndose en un referente para generaciones de músicos y oyentes de jazz. A través de décadas de programas radiales y actividades culturales, su aporte a la escena jazzística de Neuquén incluye la organización de conciertos, ciclos temáticos y colaboraciones con bandas locales como la Confluencia Jazz Band —de la cual es mánager—, así como charlas educativas sobre la historia de este género.

En tantos años de trayectoria, las historias y anécdotas son muchas pero el entrevistado eligió una en particular: recordó el Festival de Jazz de los Siete Lagos en el año 2000, que se trasladó de Villa La Angostura a San Martín de los Andes por el clima, con la nieve cubriendo la región como es habitual en algunas épocas del año.

Una noche, Dave Holland, el célebre contrabajista británico, casi queda fuera de una jam session por puro desconocimiento. La velada fue organizada en el bar Down Town Matías y Sosa asistió con un fotógrafo, cubriendo el festival para varios medios: “Estábamos haciendo la cola y de repente viene Holland con su mujer y un guardia le dice: ‘Usted no tiene credencial, no puede entrar’. Holland lo miraba, sonreía y hablaba con su mujer, mientras nosotros discutíamos con el guardia y le decíamos: ‘¡Es uno de los mejores contrabajistas del mundo!’”. Finalmente, lo dejaron ingresar y Dave se sumó a improvisar arriba del escenario con los músicos locales, en lo que fue una noche para el recuerdo de los sanmartinenses.

A sus 74 años, Sosa continúa activo y apasionado: “El día que a mí me aburra esto, diré ‘bueno, listo’, pero hasta hoy sigo estudiando, sigo leyendo, sigo investigando, sigo haciendo cosas de jazz, con el jazz. Eso me posibilitó aprender un montón de cosas y laburar con un montón de gente”, afirma.

Su vida profesional y su pasión por la música se han fusionado en un legado sólido y profundo que conecta a nuevas generaciones en un principio con el rock, allá por la década del 70, y luego transitando el jazz hasta la actualidad, siempre dentro de su pasión por la radio, cuyo sonido sigue viajando entre los vientos patagónicos desde hace 50 años.

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