Carmen Sanmartín, la voz que encontró su lugar en el dial de la provincia
El micro avanzaba lento, deslizándose entre hileras interminables de álamos que se movían con el viento patagónico. Era febrero de 1983 y el paisaje del Alto Valle parecía recién pintado: chacras, canales, un verde que brillaba distinto.
Desde la ventanilla, una joven miraba aquella postal. No sabía muy bien a dónde iba ni qué la esperaba. Solo llevaba un contacto telefónico y una corazonada. “Era una cita a ciegas, más o menos, porque no tenía la menor idea de a dónde venía”, recordaría después.
“Cuando desperté en Villa Regina y empecé a ver a la vera de la ruta álamos, álamos, álamos... yo dije: este es mi lugar en el mundo”, recuerda. El flechazo fue inmediato, como si el paisaje la adoptara antes de que ella decidiera quedarse. Y quedarse fue, justamente, lo que hizo.
Cuando el colectivo Chevallier se detuvo en Neuquén, la ciudad todavía dormía. Eran las seis de la mañana. Se bajó con su valija y se sentó en un café céntrico de la calle Mitre a esperar. No lo sabía entonces, pero estaba a punto de comenzar una nueva etapa.
Horas más tarde cruzaría la puerta de una agencia local, sin saber que ese sería el comienzo de toda una vida. Un trabajo, una oportunidad y una ciudad que la adoptaría para siempre.
Lo que empezó como un viaje incierto se transformó en una historia de cuatro décadas detrás de los micrófonos. Su voz, con el tiempo, se volvió parte del paisaje, tan constante como aquellos álamos que la recibieron por primera vez.
Hablamos de la historia de Carmen Sanmartín, una voz que desde hace más de cuarenta años forma parte del aire neuquino. Nació en 9 de Julio, provincia de Buenos Aires, y encontró en Neuquén —casi por azar— el escenario definitivo de su vida profesional.
“Soy locutora nacional, además de conductora de radio y televisión”, se presenta, aunque reconoce que su vínculo con la comunicación nació de una manera inesperada: “No es que yo haya tenido la vocación desde siempre, a lo mejor la tenía y no lo sabía. Tuvo que haber un disparador”.
Ese disparador apareció en su ciudad natal, cuando empezó a trabajar en una agencia de publicidad. Allí, su jefe, Coco Rey, fue quien la impulsó a probarse frente a un micrófono. “Vos tenés que trabajar en radio”, le dijo.
Y aunque Carmen se resistía —“si yo no tengo voz, no tengo esto, no tengo nada”—, terminó aceptando. “Me probaban, me hacían grabar publicidades, y un día me dijo: ‘Yo ya te tengo un espacio en la radio’. Empecé en LT33, Radio 9 de Julio, con un programa de música.”
A partir de entonces, el micrófono se volvió su lugar. “De a poco me fui animando a ponerle algo más, ponerle algún comentario, alguna noticia, y me fui soltando. Viste que el micrófono tiene eso”, recuerda. Antes de llegar a Neuquén, su recorrido había pasado también por el teatro y la actuación.
“Estudié teatro con Alejandra Boero, estudié canto, hice algunas publicidades y pequeños papeles en cine, pero Buenos Aires no me atrapó; al contrario, Buenos Aires me expulsó”, cuenta.
De regreso en su ciudad natal, trabajó de todo: asistente dental, vendedora, dueña de un local de ropa. Hasta que, después de un viaje a Europa y con la habilitación nacional obtenida tras rendir como libre en el ISER, apareció la oportunidad que cambiaría su historia: una llamada, un contacto telefónico y un viaje al sur, en 1983.
Con el tiempo, Carmen se convirtió en una presencia constante en los medios de la provincia. “Primero LU5 era la única AM, no había mucha opción”, explica. Pero la apertura de nuevas emisoras trajo consigo otros espacios y desafíos. “Cuando inaugura la primera FM, que fue Monarca, también estuve allí”, agrega.
En aquellos años, la radio neuquina tenía un pulso artesanal, casi familiar. “Ese día que llegué había un programa que se llamaba Universo 83. Lo producían Abraham Tomé y lo conducían Pepe Ramos Paz y Silvia Salgado... dos popes del periodismo y la locución. Yo, nuevita, leía los textos comerciales que se leían en carpeta en aquel entonces.” Así empezó a ganarse su lugar entre voces reconocidas y equipos que marcaron época.
Su versatilidad y calidez la llevaron luego a la televisión. “En el 91 me convocan para hacer el informativo de Canal 7”, recuerda. En esos años, el canal era la principal señal de la provincia y llegaba a toda la región a través de repetidoras. “Todo eso me dio un espaldarazo tremendo para llegar a la gente”, dice, reconociendo el valor de haber formado parte de una etapa fundacional de los medios neuquinos.
A lo largo de su carrera también pasó por la FM de la Universidad del Comahue —“antes de que tuviera Radio Calf”, aclara— y por RTN, Radio y Televisión de Neuquén, donde condujo distintos ciclos. Con el correr de las décadas, fue construyendo un estilo propio, sin forzar voces impropias ni artificios. “Nunca quise copiar a nadie. Nunca imposté la voz, como algunos locutores. Siempre hablé en forma natural”, explica. “Todo eso se fue construyendo sin que yo me lo propusiera, que eso es lo loco de todo esto.”
Esa autenticidad se transformó en su sello. “Me quedaba chico ser locutora comercial, leer los textos que estaban en carpeta. Yo quería algo más que eso. Y creo que daba para algo más que eso”, afirma.
Esa búsqueda la llevó incluso al doblaje. “Hice doblajes en algún momento. Como a mí me gustaba el teatro, no me costó mucho.”
Con los años, comprendió que lo esencial no estaba solo en la técnica, sino en la relación con el público. “Lo más importante es ser respetuoso con el oyente. No es subestimarlo, no es macanearle. El oyente se da cuenta cuando vos estás mal y cuando vos estás bien, cuando lo estás gozando o cuando lo estás mimando.”
Hoy, más de cuarenta años después, Carmen San Martín sigue al frente de un micrófono. Su lugar actual es AM550, donde conduce junto a Pablo Montanaro el programa Entretiempo, de lunes a viernes de 16 a 18.
“Yo siempre digo: la radio a la mañana se oye y a la tarde se escucha”, afirma. “A mí me gusta más la tarde, porque la gente escucha lo que hacés y lo que decís, o las notas que hacés.”
En tiempos de redes y pantallas, Carmen elige permanecer fiel al espíritu de la radio clásica. “Sigo muy arraigada a la radio vieja, a la radio de mis orígenes”, confiesa. Aunque reconoce las ventajas de la tecnología, admite que el nuevo ritmo digital le resulta ajeno.
“Internet me salvó la vida porque todo lo que yo producía antes lo hacía sin internet, sin celular, sin nada de eso. O sea que ahora todo es más fácil. Pero soy muy ignorante con respecto a las otras plataformas. Y si tuviera que trabajar en ellas... o tal vez lo estoy haciendo y no lo sé”, dice entre risas.
Lo único que no la convence es la radio con cámara. “No me gusta que además del micrófono haya una camarita que nos está grabando en forma permanente. Soy enemiga de la radio con televisión”, sostiene.
Después de tantas décadas, Carmen no habla de legado ni de trayectoria: habla de trabajo, de respeto y de seguir haciendo lo que le gusta. La radio cambió, las tecnologías también, pero ella sigue ahí, frente al micrófono, con la misma naturalidad de siempre.








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