Perfiles Urbanos
Exclusivo de NOVA

Cacho, el cafetero ambulante y "la semilla que cambió al mundo"

Félix “Cacho” Hadad, el cafetero ambulante, el cafetero de la calle neuquina.
Félix “Cacho” Hadad mantiene viva una leyenda.

Corría una tarde soleada de calor asfixiante cuando un pastor, quizás hoy un héroe para la historia que vamos a contar, observaba a sus cabras bajo el sol despiadado de África. El aire era seco, el polvo le raspaba la garganta, y sin embargo algo lo inquietó: sus animales saltaban, incansables, como si una energía misteriosa los hubiese poseído. El secreto estaba en aquellos frutos rojos, brillantes bajo la luz intensa en las montañas en Etiopía, país donde comenzó esta historia que cambió los sabores y paladares de la humanidad.

Así nació la leyenda. Un hallazgo simple, zonzo, casi ingenuo: se trataba del café, que luego cruzó desiertos y mares. En Yemen, a fines del siglo XV, los monjes lo bebían para espantar el sueño de la oración nocturna. Siglos más tarde, a inicios del XVII, llegó a Europa para convertirse en un lujo exótico.

Y en América, halló tierra fértil para multiplicarse y transformarse en motor de comercio. Lo que había nacido en silencio, en los campos africanos, terminaría siendo uno de los grandes commodities del mundo: pieza codiciada del comercio global; oro negro del mercantilismo colonial.

Muchos siglos después, ese largo viaje desemboca en una esquina cualquiera de Neuquén. Allí, entre el viento de la mañana y el paso apurado de los transeúntes, un hombre sostiene el hilo invisible de esa historia milenaria. Su altar es la vereda. Su público son los que caminan con sueño, con prisa, con historias propias, directo a la obra o la oficina. Y su herramienta: una cafetera. Esa es la historia de Félix “Cacho” Hadad, el cafetero ambulante, el cafetero de la calle neuquina.

El primer interrogante, en búsqueda de romper el hielo en una amena charla, fue: “¿mate o café?”. Cacho sonrió y no dudó: “En mi caso es el café”. Aunque no reniega del mate como tradición argenta —“lo tomo sobre todo en momentos de ocio y compartido con amigos, porque el mate es colectivo, se socializa; el café es más individual”—, sostiene.

Incluso, el entrevistado recordó una fuerte analogía: “Durante la dictadura militar, por ejemplo, en las fábricas, se prohibía la toma de mate. O sea, sí el mate cocido, ¿viste? Pero no que circulara la comunicación”, dijo. Un ritual cotidiano que podía ser vigilado, controlado. El café, en cambio, permanecía libre: ¿un pequeño acto de resistencia? Una incógnita sin respuesta.

Cacho recuerda que sus primeros pasos en el mundo del café vienen de su tradición familiar. Su madre era cafetera y, aunque también tomaba mate, en su casa el café estuvo presente desde chico. Creció tomando café con leche, -recuerda con algo de nostalgia-, entre charlas y desayunos familiares. Luego, comenzó a familiarizarse con la bebida de otras maneras.

Su primer contacto con la cafetería fue en Bahía Blanca, trabajando en el buffet del Club Estudiantes, donde de niño y preadolescente ayudaba y disfrutaba sobre todo la parte del café. Más tarde, la curiosidad se consolidó al conocer a un cafetero ambulante en la sala de juegos que frecuentaba, en la década del 70’. Su adolescencia transcurrió a cargo de un café en un pub de General Roca, donde se empezó a conectar con la máquina y con el ritual de preparar cada taza.

Desde 1974 en adelante, la cafetería se convirtió en su pasión profesional, y durante gran parte de su vida laboral eligió siempre el mundo del café dentro de la gastronomía, un vínculo que todavía mantiene con intensidad.

“Hay algún libro incluso que dice que el café es la semilla que cambió el mundo”, esgrime Cacho y afirma que lo apasionó su historia que “ideológicamente fue sustento de la revolución industrial y del capitalismo”. Para él, el café se erige como uno de los tantos pilares de la modernidad contemporánea, aunque también destacó otros commodities de la época: “El cacao, el té, la sal, la pimienta, las especias”.

Y Cacho continúa su análisis: “Una de las bebidas más tomadas en el mundo después del agua y del té. Una bebida estimulante del comercio y de la racionalidad con el advenimiento del iluminismo. O sea, una bebida que fue acompañando la Revolución Industrial y las revoluciones burguesas. Es interesantísimo, ¿no?”, se pregunta en modo retórico.

En suma, el entrevistado trae a la mesa otra curiosa anécdota: la batalla de Viena de 1683. Allí se dice que los turcos, tras ser derrotados, dejaron sacos de café que hasta entonces eran completamente desconocidos para los europeos. “Había uno que había laburado con el ejército otomano y dejó los sacos ahí”, asegura. Su expansión comenzó por Italia.

De la historia a la vereda neuquina

“La tradición cafetera ambulante es, qué sé yo, bastante antigua —comenta Cacho—. Ponele acá en Argentina, no sé, tengo fotos de los años 40’, 50’: había cafeteros en la cancha. Y ese es un café que se toma al momento, quieto”, dice.

Cacho analiza cómo cambiaron los hábitos con el tiempo: “Mi público, en realidad, más que tomarlo en la calle al paso, lo toma en su local o en el local donde trabaja. Antes era frecuente ir y sentarse en un café. Pero bueno, el sistema ha hecho que los tiempos se acorten y el café sea, más que nada, llevado al lugar de producción, de comercio, de actividad financiera. El transeúnte o el que está en la costa del río es raro que tome un café, a no ser que sea un amante del café; si no, ahí está ligado al ocio, y el café no está ligado al ocio. El café está ligado a la producción intelectual, en todo caso a la jornada laboral, ¿viste?”, argumenta.

Siempre vestido con su chaleco característico, con los colores de Colombia —“por una cuestión de marketing principalmente”, aclara—, lo podés encontrar en las jornadas matutinas del centro neuquino. Cacho encuentra en cada taza de café una excusa para conectar con la gente: “Lo que más me gusta es ese placer de la charla con el otro, ese ida y vuelta, la sonrisa, un ‘uh qué rico está’”, comenta.

Para él, servir café no es solo un trabajo: es un acto lleno de pasión y un momento de encuentro que transforma la rutina callejera en un pequeño ritual cotidiano compartido.

Mirando hacia lo que viene, Cacho no pierde la curiosidad ni la energía. Entre proyectos inmediatos y soñados, mantiene la ilusión de viajar al Eje Cafetero en Colombia, recorriendo pueblos y conectando con la cultura cafetera, y sueña con volcar sus experiencias en escritos que narren sus años de historia y aprendizaje alrededor del café: “Me gustaría hacer el viaje así, trabajando”, explica.

Y así, mientras el sol matutino ilumina las veredas de Neuquén, Cacho sigue su ritual diario. Entre vapores de café recién hecho y sonrisas compartidas, parece que un hilo invisible une su cafetera con los misteriosos frutos rojos de Etiopía, los monasterios yemeníes y los mercados europeos. Cada taza es un puente: entre siglos, entre culturas, entre historias que comenzaron bajo el sol africano y que hoy siguen vibrando en la atareada rutina de la ciudad. En esa esquina cualquiera, sorbo a sorbo, Félix “Cacho” Hadad mantiene viva una leyenda.

Lectores: 102

Envianos tu comentario

Nombre:
Correo electrónico :
Comentario: