




Dolores Noemí López Candán de Rigoni —Lolín, para todos— cumplió el pasado jueves 8, nada más ni nada menos que 100 años.
Con una vida marcada por la ternura familiar y el compromiso inquebrantable con los derechos humanos, es la última Madre de Plaza de Mayo que continúa dando vueltas en la ronda mensual en Neuquén, frente al monumento a la Madre de Plaza en la avenida Olascoaga.
A su edad, con pasos pausados y voz clara, sigue siendo símbolo de una causa que atraviesa generaciones: la búsqueda de memoria, verdad y justicia.
Nació en Daireaux, en la provincia de Buenos Aires. En 1965, llegó a Neuquén junto a su marido, Helvecio “Toto” Rigoni. Allí nacieron sus hijos: Ricardo, Ana y Roberto. Fue precisamente la historia de este último la que cambió su vida para siempre.
Roberto fue secuestrado por la dictadura cívico-militar el 16 de abril de 1977, en La Matanza, Buenos Aires, cuando tenía 23 años. Era militante montonero. “Quizás lamento no haber tenido más charlas con él. Él estaba dedicado a la causa”, dijo alguna vez Lolín, sin dramatismo, pero con una tristeza que nunca dejó de habitarla.
Presentó un hábeas corpus. El Estado le respondió que su hijo estaba muerto. Tardaron cuatro años en devolverle su cuerpo. “Fue para hacernos sufrir”, sentenció.
A partir de entonces, su maternidad se convirtió en algo más amplio, más colectivo: abrazó a los 30.000 desaparecidos como propios, y nunca más volvió a reclamar solo por Roberto. “Lo nuestro fue socializar la maternidad”, explica, con la firmeza que aún hoy sostiene.
Lolín fue una de las fundadoras de la filial Neuquén y Alto Valle de Madres de Plaza de Mayo. Junto a Beba Mujica e Inés Ragni —sus hermanas de lucha— dio vida a una organización que nació desde el dolor pero floreció en lucha, dignidad y solidaridad. Desde las primeras rondas en Buenos Aires, pasando por las reuniones en el obispado de Neuquén, hasta las calles del Alto Valle, nunca dejó de estar presente.
Su vínculo con la provincia de Neuquén es profundo. Llegó cuando la ciudad todavía era un proyecto en crecimiento. Crió a sus hijos, tejió redes comunitarias y se transformó en parte de la memoria viva de la región.
Participó en todas las luchas sociales que la interpelaron: apoyó a los obreros de Zanón y Cerámica Neuquén, a las obreras textiles, a los reclamos por la identidad de los nietos apropiados y a las causas feministas. Todo eso sin dejar de ser abuela, planchar guardapolvos, tejer chalecos o preparar corazones de tela para los cumpleaños de sus nietos.
Durante casi dos décadas asistió a cada juicio por delitos de lesa humanidad realizados en la provincia. Ocho en total, desde 2008 hasta 2024. Siempre en primera fila, con el pañuelo blanco, junto a Inés.
Aunque no declaró, su presencia fue una declaración en sí misma. Cuando los imputados aún eran obligados a asistir, Lolín buscaba sus miradas. Y preguntaba, simple y directo: “¿Dónde están?”. Más adelante, cuando ya no era obligatorio que estuvieran presentes, siguió asistiendo para acompañar a los sobrevivientes y familiares.
El tercer jueves de diciembre de 2024, por primera vez en mucho tiempo, se mostró satisfecha con una sentencia judicial: el Tribunal Oral Federal de Neuquén condenó al exjuez Pedro Duarte y al exfiscal Víctor Ortiz por su rol como cómplices civiles de la dictadura. Duarte fue hallado culpable por más de 22 hábeas corpus que nunca investigó. Fue un momento histórico. “Eso parecía impensado”, dijo entonces.
Con la muerte de Inés Ragni en septiembre de 2024, Lolín quedó como la única Madre neuquina activa en las rondas mensuales. En cada vuelta, que da con esfuerzo pero con convicción, dice: “Inés y Beba caminan con nosotros. Ellas están aquí, como Oscar y tantos otros”. Reivindica la memoria colectiva, repite que la lucha no es individual y recuerda que, aunque ella no esté, “esto va a seguir”.
Su casa es hoy un refugio de ternura y memoria. Sus nietos, como Florencia, Agustina y Sebastián, la describen como una mujer coqueta, generosa y lúcida. Le gusta charlar, leer, opinar sobre fútbol, política, economía y derechos de las mujeres. Lee todo lo que llega a sus manos. Recortaba artículos de diario para regalar a sus nietos según sus intereses. “Tomá, este te lo recorté a vos que te gusta la ESI”, contaba Florencia.
Entre plantas, flores, una Santa Rita frondosa y una huerta, Lolín recibe visitas y reparte dulces. Tiene una costumbre simple y entrañable: cada persona que la visita se lleva una flor… y una TITA. “A veces te dice: ‘Me tenés que comprar más TITAS porque ya me estoy quedando sin’”, cuenta su nieta entre risas.
En su centenario y luego de brindar con chocolatada sus nietos remarcan una frase de cabecera de Lolín que es también una guía para quienes siguen su ejemplo: “fortaleza y alegría”.
En una de tantas tardes de viento, cuando su nieta Agustina se quejaba del clima neuquino, Lolín le dijo con ternura y convicción: “Hay que querer al viento. Neuquén que es tan hermosa, hay bardas y el viento es parte de la vida. Hay que quererlo”. Y quizás esa sea su mayor enseñanza: transformar lo adverso en parte de la vida, resistir con dignidad y seguir caminando.
Lolín, la última madre neuquina de Plaza de Mayo en actividad, sigue siendo faro, raíz y memoria. A los 100 años, todavía da vueltas. Porque no olvida. Porque no se detiene.